jueves, 25 de octubre de 2012

Breve reflexión


El otro día leí una anécdota reveladora:

El propio premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, contó en muchas ocasiones una curiosa anécdota sobre la simbología de una de sus obras.
Resulta que en una ocasión el hijo de Gabriel García Márquez, Gonzalo, se presentó a un examen de literatura en Londres y dio la casualidad de que una de las preguntas del cuestionario versaba sobre una de las obras de su padre, en concreto del libro “El coronel no tiene quién le escriba”. La pregunta era: “¿Qué representa la figura del gallo en el libro ‘El Coronel no tiene quien le escriba?’” Aquello era muy fácil para el joven Gonzalo que estaba harto de escuchar a su padre explicar en casa que aquel gallo que hereda el viejo coronel, que se pasa la vida en su casa llena de deudas mientras espera la pensión, simbolizaba la legendaria gallina de los huevos de oro.
Pues bien, la respuesta le fue dada como incorrecta, ya que el profesor sólo dio por buena la contestación que él había explicado a los alumnos que era que el animal representaba la fuerza popular reprimida.

Como vemos, nadie puede saber, por muchos estudios que tenga, qué es lo que realmente quiere decir alguien cuando escribe algo, y si además el que escribe a su vez cuenta hechos y dichos de una tercera persona, también hay una interpretación subjetiva más, que va aumentando según haya más personas dando sentido a lo que ven, oyen o leen. Así pues, ¿Cómo puede haber una sola persona en este mundo que pueda afirmar que sabe con certeza cuál era la intención de Jesús cuando dicen que dijo -y otro escribió- algo hace dos mil años? Es más, si alguien es capaz de empeñarse en saberlo es que no es humilde y por lo tanto, ¿No está demostrando con claridad que no es un buen cristiano?

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