jueves, 12 de enero de 2012

Mix

Porfirio Cristaldo Ayala: 

El capitalismo se remonta a la Edad de Piedra. Hace unos siete millones de años, nuestros ancestros, primates que vivían en las selvas de África, bajaron de los árboles, se adentraron en las planicies y comenzaron a andar erguidos. Ello les liberó las manos y les permitió fabricar herramientas, utensilios y armas para la caza. Estos rústicos instrumentos de piedra fueron el primer capital de nuestros antepasados, su primera riqueza: les permitió mejorar su nivel de vida, incorporar la carne a su dieta; y posibilitó que se les agrandara el cerebro.

Para el hombre primitivo, el mercado no era un sistema, sino parte inseparable de la naturaleza humana y la libertad individual. El ser humano no puede sobrevivir, como hacen otros animales, siguiendo sus impulsos instintivos y valiéndose de su fuerza, su velocidad, sus colmillos, sus garras. Debe observar, pensar y actuar. El instinto de supervivencia lo estimula a mejorar continuamente su situación. Y de ahí surge el mercado. Si el hombre no cuida de su persona, de su familia, de su tribu, si no produce y participa en intercambios productivos, podría perecer.

Las diferencias en el terreno de las aptitudes naturales permiten a los hombres la especialización. Unos son más hábiles como cazadores, otros como agricultores; los hay que crían animales y los hay que fabrican herramientas. Etcétera. Buscando mejorar su situación, los individuos intercambian pacíficamente sus productos, sobre la base, primero, del trueque y, luego, del dinero.

Desde tiempo inmemorial, el hombre sólo conoce dos formas de obtener los productos que necesita: mediante la producción y el comercio pacífico, lo que hoy conocemos como capitalismo, o mediante el uso de la fuerza y el robo de lo ajeno, comportamiento que define a los delincuentes y a los criminales. La colaboración pacífica en el mercado, donde se intercambian voluntariamente productos y servicios, a menudo resultó más conveniente que la guerra y el saqueo. Los vikingos, en sus expediciones marítimas, comerciaban con los pueblos bien defendidos y robaban a los indefensos.

La disyuntiva es similar en nuestros días. La gente puede obtener sus necesidades en el mercado (es decir, valiéndose del intercambio pacífico de bienes y servicios), o bien recurriendo al robo.


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Eduardo Montagut Contreras:
En nuestro país se hizo una quema pública de libros el día 30 de abril de 1939 en la Universidad Central de Madrid por iniciativa de la Falange. Se trató de un acto denominado "auto de fe", como si tratara de un auto de fe del Santo Oficio comparando el juicio a los condenados que luego serían quemados con una quema de libros escritos por los enemigos de España. Entre dichos autores enemigos estarían Sabino Arana, Lamartine, Freud, Marx, Rousseau, Voltaire, etc.
Como el acto debía tener un significado y una dimensión educativas asistió Antonio Luna, a la sazón secretario nacional de Educación. La prensa falangista publicó que con la quema se contribuía a la construcción de la España Una, Grande y Libre. Se condenaba a los libros lilberales, separatistas, marxistas, a los de la leyenda negra, a los anticatólicos, a los del enfermizo romanticismo, a los que propagaban el pesimismo, a los modernistas, a los cursis, a los cobardes, a los pseudocientíficos, a los malos, y a los chabacanos, todo en una mezcla. Llama la atención cómo la Falange se erigía en juez censor no sólo de los libros políticos o con ideas que, supuestamente, intentarían dañar a España, sino, también de la calidad y valores literarios.
Además, dicha prensa hacia una advertencia a los autores de los libros condenables en el sentido de que la juventud española tenía el valor de quemar dichos libros, y sin ningún tipo de remordimiento.


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El origen de la palabra capicúa según la revista Muy Interesante hay que situarlo en la palabra catalana, cap-i-cua (cabeza y cola). Josep Maria Garrut i Romà mantiene que la palabra nació en Barcelona a finales del siglo pasado. Así aparece en el Boletín de la Asociación Tucumana de Folklore (1955): “Se refiere a los números cuyo comienzo y final son iguales. Generalmente a los de 5 cifras, porque su origen deriva de los billetes de tranvía… La creencia popular es que el cap-i-cua trae buena suerte”.

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