viernes, 23 de septiembre de 2011

Mix

El coronel Sir Archibald David Stirling era un escocés que sirvió en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial. Su labor fue importante, ya que nada más y nada menos fue uno de los fundadores del SAS (Special Air Service).
En un momento determinado, le autorizaron a doblar el número de efectivos a su servicio por la buena marcha de sus acciones. Seleccionó para engrosar sus filas a la compañía de paracaidistas del capitán Bergé, de la Francia Libre. Coincidió aquello con una “rabieta” de Chales De Gaulle con los ingleses, que le llevó a decir que ningún soldado francés serviría bajo mando de un inglés.
Frente a la negativa, Stirling viajó hasta Beirut y se entrevistó con De Gaulle. Este escuchó con respeto y hasta encontró razonable la petición, pero siguió en su postura: ningún francés bajo mando inglés. En la despedida, Stirling, resignado, le dijo al general que era la primera vez que un escocés testarudo no conseguía su propósito.
Al momento De Gaulle dijo: “¿Escocés? ¿Por qué no lo ha dicho antes?” Y como no era inglés sino escocés, el francés accedió a la petición y Stirling tuvo sus 100 paracaidistas.

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En el año 1630 cuando el muy famoso cardenal Richelieu hacía de las suyas en Francia no había demasiados modales en la mesa. La mayoría de los varones habitantes de Francia sólo tenían (si lo tenían) un cuchillo. Aquella arma servía para todo, para apuñalar al adversario en una riña, para cortar la comida o para abrirle la panza a un animal, todo se hacía con el mismo cuchillo. Tan sólo los nobles tenían algún cuchillo más para diferentes usos. Los aristócratas que poseían varios, por supuesto como Richelieu, cuando tenían invitados a comer en casa, aunque nunca era un número excesivo, ponían cuchillos especiales para comer, algo que sólo se hacía en casas de elevada posición y que daba un toque de distinción y de categoría, pero sus invitados tenían una costumbre que sencillamente ponía los pelos de punta al cardenal Richelieu y a cualquier comensal un poco decoroso. Lo que hacían durante y después de las comidas era que utilizaban el cuchillo para sacarse de los dientes los restos de comida. Además más de una vez los cuchillos de mesa de la época que terminaban en punta como todos eran utilizados como arma en alguna que otra disputa en la mesa.
El caso es que en ese año el cardenal, harto de los repugnantes actos de sus comensales con los cuchillos que ponía a su disposición en la mesa con lo caros que le costaban, ordenó a sus criados que limaran las puntas de todos los que se usaban para la mesa. Al tener las puntas romas ya no servían para tan repulsiva costumbre. Lo que hizo el cardenal fue imitado rápidamente por muchas otras casas de la nobleza francesa que también ponían cuchillos a disposición de los invitados, por lo que estos no usaban los suyos propios como era costumbre y poco a poco se fue extendiendo la práctica y por eso desde entonces, y ya han pasado casi 400 años, en nuestras mesas los cuchillos que utilizamos para la comida en general, ya que hay excepciones, son de puntas redondeadas. Así que según los investigadores de historia de la gastronomía el inventor del cuchillo de mesa es sin duda el temido, por otros motivos ajenos al decoro en la mesa, Cardenal Richelieu.

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Para que veamos que no es novedad la desvergüenza de por ejemplo Telecinco de premiar a los delincuentes con sumas millonarias:
En 1972, un estudiante llamado Arthur H. Bremer disparó contra el gobernador de Alabama, George Wallace, condenándole a una silla de ruedas hasta el fin de sus días. Detenido en el acto, Bremer preguntó a los policías que le leían sus derechos: “¿Cuánto creen que me darán por mi autobiografía?”

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Jorge Alcalde (resumido):
La Tierra es un planeta vivo, si se entiende como tal un planeta activo, en contraste con otros (Marte, sin ir más lejos) cuya actividad geológica parece llevar milenios adormecida. Nuestro globo habitable es un caparazón de rocas que flota sobre un corazón hirviente y líquido (al menos cuasi líquido). El descubrimiento de la tectónica de placas, en el siglo XIX, nos reveló un planeta cambiante, mutable. Es verdad que cambia muy lentamente, pero hoy sabemos que los continentes estuvieron un día unidos en un supercontinente primordial… y que volverán a estarlo, nos guste o no. Bajo ellos bulle un submundo caliente casi exclusivo en el Sistema Solar.
Para que un planeta esté geológicamente activo deben coincidir demasiadas circunstancias. No ha de ser demasiado grande (para que no se enfríe muy rápido) ni demasiado pequeño (para que la actividad no le resulte insoportable). Ha de estar a la correcta distancia de su sol, tener la forma adecuada, girar a la velocidad pertinente. La Tierra es como es porque ocupa un espacio privilegiado en el cosmos.
Pero tener un planeta activo no sirve sólo para alimentar nuestro ego geológico. Precisamente el modo en que la Tierra rota sobre su eje y arrastra en su movimiento su contenido licuoso (a un ritmo latente diferente, único) es el responsable de que se hayan formado poderosos campos magnéticos, que hacen las veces de escudo protector ante las inclemencias del espacio exterior (lleno de radiaciones y vientos solares mortales). La masa terrestre, además, es perfecta para albergar una atmósfera: si fuera mayor, los gases habrían quedado atrapados demasiado cerca de la superficie por efecto de la gravedad; si fuera menor, ésta no habría podido retener el velo atmosférico alrededor del planeta. Los movimientos de la piedra inerte, sus interacciones, su temperatura, su masa…, todo hace del suelo terrestre el lugar ideal para que cuaje ese prodigio celular que llamamos vida.

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Corría el año 1904 en un hogar londinense. Allí vivía un niño de tan sólo cinco años de edad que tenía un padre amante de la disciplina más exagerada que uno pueda imaginar. Un buen día el niño cometió una pequeña travesura propia de un niño tan pequeño. Pero el padre de Alfred Joseph, que así se llamaba el pequeño y que además profesaba una religiosidad radical, temeroso de que su niño anduviera camino del fuego eterno, se fue a su despacho y escribió una carta. A continuación llamó al pequeño Alfred y le ordenó que se acercara a la comisaría de policía que estaba cerca de casa y le diera al responsable que era amigo del padre la carta. Alfred se fue a la comisaría y le doy la carta al comisario.

En la carta el padre había pedido al comisario que encerrara a su hijo de tan sólo cinco años aquella noche en la cárcel para que mientras le encerraba le dijera que “así terminan los chicos malos” y aprendiera la lección. El caso es que el pequeño Alfred fue llevado a una celda hasta la mañana siguiente. Aquello marcó a ese niño para siempre como él mismo reconoció, causándole una fobia a la cárcel. No obstante, aquel niño fue famoso, muy famoso, seguro que ustedes sabrán quién era el pequeño Alfred si les digo que su apellido era Hitchcock. Según muchos de sus biógrafos aquella experiencia infantil le marcó tanto que las fobias creadas salieron a relucir en el comportamiento de muchos de aquellos criminales que poblaron su filmografía.

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