jueves, 24 de enero de 2013

Mix


Según la web http://curistoria.blogspot.com.es/ : A caballo entre el siglo XVII y el XVIII vivió Konrad Johann Dippel, teólogo, científico, físico, químico, alquimista… creó un laboratorio en el castillo Frankenstein, en Darmstat, Alemania, donde había nacido. Su objetivo era comprobar y demostrar que gracias a métodos científicos y a pócimas, se podía alcanzar la inmortalidad.

Pero no sólo sombras pueblan su vida. Descubrió un aceite animal que lleva su nombre, e hizo pruebas con la nitroglicerina, que le llevaron a determinar que podía usarse médicamente, eso sí, volando una torre durante la investigación. También de sus investigaciones, según parece, proviene el tinte conocido como “azul de prusia”, que posiblemente sea uno de los más conocidos y usados.

Como el famoso profesor de ficción que creó al monstruo, Dippel también exhumó y robó algunos cuerpos para sus experimentos del cementerio local. Cuando los lugareños comenzaron a sospechar del profesor y la desaparición de cadáveres, comenzó a experimentar en él mismo, en su propio cuerpo.

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El famoso pintor del movimiento impresionista, Jean-Louis Forain se había declarado enemigo acérrimo del teléfono, por lo que, al enterarse de que su buen amigo y colega Edgar Degas se había abonado a ese servicio, decía con desprecio al respecto:

«Figuraos que ahora le llaman con una campanilla y él acude como si fuese un criado»

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Jorge Alcalde:

Los zoólogos creen que el macho aniquila a las crías más débiles para provocar el adelantamiento del celo de la hembra y poder volver a aparearse antes. Tremenda constatación de la crudeza de los instintos naturales. Y lo hacen haga frío o calor, lo siento.

Hay otros muchos animales que realizan actos similares: lobos, algunas especies de gorriones, arañas, ciertos peces. En la mayoría de los casos, los padres se cobran como pieza el huevo aún no eclosionado de sus crías. Se ha especulado que con ello se benefician de un aporte de energía extra en casos de estrés alimentario. Pero estudios con peces a los que se mantenía sanamente alimentados con suplementos artificiales demostraron que seguían manteniendo la costumbre.

Algunos etólogos creen que estas prácticas confieren a la prole una presión natural similar a la de los depredadores. De alguna oscura manera, los padres quieren asegurarse de que sólo sobreviven las más fuertes de entre sus criaturas. Una suerte de educación espartana para la naturaleza.

No se conocen muy bien las pulsiones que anidan detrás de este comportamiento.

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