Según la web
http://curistoria.blogspot.com.es/ : A
caballo entre el siglo XVII y el XVIII vivió Konrad Johann Dippel, teólogo, científico, físico, químico,
alquimista… creó un laboratorio en el castillo Frankenstein, en Darmstat,
Alemania, donde había nacido. Su objetivo era comprobar y demostrar que gracias
a métodos científicos y a pócimas, se podía alcanzar la inmortalidad.
Pero no sólo
sombras pueblan su vida. Descubrió un aceite animal que lleva su nombre, e hizo
pruebas con la nitroglicerina, que le llevaron a determinar que podía usarse
médicamente, eso sí, volando una torre durante la investigación. También de sus
investigaciones, según parece, proviene el tinte conocido como “azul de
prusia”, que posiblemente sea uno de los más conocidos y usados.
Como el
famoso profesor de ficción que creó al monstruo, Dippel también exhumó y robó
algunos cuerpos para sus experimentos del cementerio local. Cuando los
lugareños comenzaron a sospechar del profesor y la desaparición de cadáveres,
comenzó a experimentar en él mismo, en su propio cuerpo.
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El famoso pintor del movimiento impresionista, Jean-Louis Forain se había declarado enemigo acérrimo del teléfono, por lo que, al enterarse de que su buen amigo y colega Edgar Degas se había abonado a ese servicio, decía con desprecio al respecto:
«Figuraos que ahora le llaman con una campanilla y él acude como si fuese un criado»
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Jorge
Alcalde:
Los zoólogos
creen que el macho aniquila a las crías más débiles para provocar el
adelantamiento del celo de la hembra y poder volver a aparearse antes. Tremenda
constatación de la crudeza de los instintos naturales. Y lo hacen haga frío o
calor, lo siento.
Hay otros
muchos animales que realizan actos similares: lobos, algunas especies de
gorriones, arañas, ciertos peces. En la mayoría de los casos, los padres se
cobran como pieza el huevo aún no eclosionado de sus crías. Se ha especulado
que con ello se benefician de un aporte de energía extra en casos de estrés
alimentario. Pero estudios con peces a los que se mantenía sanamente
alimentados con suplementos artificiales demostraron que seguían manteniendo la
costumbre.
Algunos
etólogos creen que estas prácticas confieren a la prole una presión natural
similar a la de los depredadores. De alguna oscura manera, los padres quieren
asegurarse de que sólo sobreviven las más fuertes de entre sus criaturas. Una suerte
de educación espartana para la naturaleza.
No se
conocen muy bien las pulsiones que anidan detrás de este comportamiento.
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