Jesús excluyó expresamente la práctica de la violencia incluso defensiva :
a Pilatos le dijo (dicen que dijo por supuesto) que precisamente porque
su reino no era de este mundo sus seguidores no combatían. San Pablo, verdadero
fundador de la Iglesia, afirmó que el mal sólo puede ser vencido por el bien.
Durante los tres primeros siglos del
cristianismo esta conducta de condena de la guerra sin ningún género de
paliativos se expresó en tres vías de manera clara e innegable. Todos los
teólogos hasta inicios del siglo IV de Arnobio a Orígenes, de Tertuliano a
Lactancio pasando por un largo etcétera no sólo condenaron la guerra sino que
manifestaron que ningún cristiano podía servir en el ejército ni siquiera en
tiempo de paz. La opinión teológica se apoyaba, desde luego, en los textos
canónicos donde abundaban los listados de trabajos prohibidos para un
cristiano. Así, en los cánones de san Hipólito, se podía condenar de la misma
manera que un cristiano se dedicara a la prostitución, como al tráfico de
esclavos o a servir en el ejército. Semejante posición se vio regada con
sangre. Mártires como Julio, un antiguo centurión, o Maximiliano prefirieron
morir a entrar en las filas del ejército.
Esta postura se trastocó con
claridad a inicios del s. IV. Cuando el emperador Constantino se convierte al
cristianismo y convierte a ésta en la religión del Imperio. Es decir, la
violencia estaba mal si eran perseguidos pero si estaban aliados con el poder,
la cosa cambiaba. El abandono del pacifismo no fue rápido ni brusco, todavía en
el concilio de Arles de 312 se afirmaba que los cristianos podían negarse a
combatir si se producía un choque armado pero ya se admitía su entrada en las
legiones. A mediados de siglo, ya no era incompatible el ser cristiano con el
ejercer la violencia y la guerra. El resto de la Historia es de sobras
conocido: el Vaticano llegó a ser un reino con ejército propio, la Iglesia
impulsó las Cruzadas etc. etc.
Sin embargo, ahora que el
catolicismo es una religión en retroceso en el sentido de su influencia y poder
sobre la sociedad civil vuelven a abrazar la bandera del pacifismo y Juan Pablo
II fue con diferencia el líder mundial que más se opuso a la última guerra del
Golfo.
Todo esto, que es Historia y está
documentado, lo que nos muestra es que la Iglesia, cuando quiere, cambia, se
transforma y se adapta a la sociedad pasando por encima de cualquier doctrina o
traicionando incluso las palabras que dicen que dijo Jesús pero eso sí, deja
muchas dudas acerca de la fiabilidad de esta institución.
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