Durante su complejo proceso digestivo, las vacas expulsan entre 100 y 200 litros de metano al día, el equivalente aproximadamente al 25% de las emisiones de CH4 generadas por la actividad humana. Este gas tiene la capacidad de atrapar 20 veces más calor que el dióxido de carbono (CO2).
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Los perros pueden aprender unas 150 palabras y contar hasta cinco. Un estudio sobre el comportamiento de los perros de la British Columbia señala que éstos están más cerca de los humanos de lo que parece. Tienen habilidad para resolver problemas complejos, y una capacidad mental similar a la de “un niño de dos a dos años y medio”.
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En su libro “Matando monstruos” el guionista de televisión estadounidense Gerard Jones elabora una provocadora teoría acerca del mundo que fabricamos para nuestros hijos. “Los niños necesitan fantasía, super-héroes y violencia imaginaria. Si no la encuentran, terminaran buscándola en la realidad”. En contra de lo comúnmente establecido, cierta exposición a la crudeza (con todos los límites que quieran ponerle ustedes) no sólo no provoca conductas agresivas en los infantes, sino que sirve para canalizarlas en el mundo virtual y evitarlas en el real. Todas las generaciones de la historia de la Humanidad han crecido con sus propios monstruos: desde la mitología griega al hombre del saco. Pero nosotros queremos competir contra ello con nuestras febles armas: la buena voluntad, la ternura, los cuentos con final feliz, los relatos de la naturaleza donde la leona voraz no se come al antílope más débil.
Según Jones, la moderada agresividad en los personajes de cómics, en los cuentos o en las series de dibujos animados reafirma la moraleja. Los buenos ganan con esfuerzo, se enfrentan a peligros (incluso ponen en juego su propia vida), han de tomar decisiones morales difíciles, elegir caminos pedregosos para lograr su generoso objetivo. La crudeza de los cuentos de Andersen no es gratuita: detrás de ella hay mensajes ocultos del calibre de “superarse a sí mismo es bueno”, “los objetivos sólo se alcanzan con esfuerzo”, “a veces es necesario sufrir”, “el riesgo tiene sus recompensas”, “los monstruos deben ser destruidos”, “a veces el conflicto resulta útil”.
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Jorge Alcalde:
El Big Bang es, hoy por hoy, el mejor modelo del que disponemos para explicar la evolución del Cosmos. Se suele decir que se trata de una explosión que acaeció hace unos 15.000 millones de años. Pero el término “explosión” no es del todo acertado. Una explosión requiere de un punto inicial central a partir del cual se produce la expansión (similar a las ondas del estanque sobre el que arrojamos un guijarro). ¿Ocurre así con el Universo? En realidad no. El Big Bang no pudo ocurrir en un lugar central por la sencilla razón de que en ese momento no había lugar alguno: no existía aún el espacio. Aquel comienzo supuso el nacimiento del tiempo y el espacio y, en realidad, tuvo lugar en todas partes a la vez. Muchos conceptos físicos como éste son difíciles de entender por nuestras mentes de Homo sapiens. Pero el nacimiento del cosmos se parece más a un globo fláccido que empezara a inflarse al mismo tiempo por todos sus puntos que a una explosión.
La gran paradoja es que, aparentemente, cualquier punto del espacio es su centro. Por ejemplo, si pudiéramos viajar fuera del cosmos y verlo desde lejos encontraríamos que hay tanto universo a un lado de la Tierra como al otro lado. ¿Quiere eso decir que la Tierra está en el centro de todo? No. Porque si hacemos el mismo ejercicio con cualquier otro planeta, estrella, galaxia o mota de polvo interestelar nos dará el mismo resultado. El espacio tiene infinitos “centros”.
Es más fácil de entender si volvemos a la comparación del globo. Imaginemos que un globo de goma se han pegado docenas de mosquitos. Desde cualquier punto de la superficie, cada mosquito creará estar en el centro de su globo. Cuando éste se infla, todos los mosquitos se separan de todos los demás haciéndole sentir una vez más a todos que se hallan en el centro de la expansión.
El cosmos, que es curvo, se comporta como la superficie bidimensional del globo: es imposible hallar su centro.
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Hace dos millones de años, unos primates evolucionados comenzaron a tallar y a asir rudimentarias hachas de piedra en las planicies de Tanzania. Se llamaban homo habilis y se les considera los primeros especímenes del género homo y los precursores de la tecnología. Desde entonces, toda la evolución técnica ha perseguido como fin último liberarse de ese yugo entre las manos y la herramienta, establecer una distancia entre el tacto y el aparato. Curiosamente, desde hace una década la tecnología está intentando volver a los orígenes, hacerse táctil, aunque integrando todos los objetos en una pantalla y haciéndolos ingrávidos y virtuales.
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Stephen F. Roberts: “Yo digo que ambos somos ateos. Yo sólo creo en un dios menos que tu. Cuando entiendas por qué tú desechas todos los otros posibles dioses, entonces entenderás por qué yo desecho el tuyo”
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