jueves, 1 de diciembre de 2011

Mix

Jeffrey D. Sachs: 

En 1950, menos del 8% de los hogares estadounidenses tenía un televisor; para 1960, el porcentaje había pasado a ser del 90%. Ese nivel de penetración en otros lugares se demoró muchas más décadas, y los países más pobres todavía no han alcanzado esa cifra.

Como era de esperarse, los norteamericanos se convirtieron en los mayores telespectadores del mundo, lo cual probablemente siga siendo válido hoy en día, aunque los datos son un tanto imprecisos e incompletos. La mejor evidencia sugiere que los norteamericanos miran más de cinco horas por día de televisión en promedio -un número sorprendente, dado que se pasan varias horas más frente a otros dispositivos que transmiten video-. Otros países registran muchas menos horas frente a la pantalla. En Escandinavia, por ejemplo, el tiempo que la gente pasa mirando televisión es aproximadamente la mitad que el promedio en Estados Unidos.

Las consecuencias para la sociedad estadounidense son profundas, perturbadoras y una advertencia para el mundo -aunque probablemente llegue demasiado tarde como para ser tenida en cuenta-. Primero, mirar mucha televisión reporta escaso placer. Muchas encuestas demuestran que es casi como una adicción que ofrece un beneficio a corto plazo que conduce a una infelicidad y a un remordimiento de largo aliento. Estos espectadores dicen que preferirían mirar menos televisión de la que miran.

Es más, mirar mucha televisión contribuyó a la fragmentación social. El tiempo que se solía pasar en grupo en la comunidad hoy se pasa en soledad frente a una pantalla. Robert Putman, el prominente especialista en la decadente sensación de comunidad en Estados Unidos, descubrió que mirar televisión es la explicación central de la merma del "capital social", la confianza que une a las comunidades. Por supuesto, hay muchos otros factores en juego, pero la atomización social generada por la televisión no debería subestimarse.

Por cierto, mirar mucha televisión es malo para la salud física y para la salud mental. Los norteamericanos van a la cabeza del mundo en materia de obesidad -aproximadamente las dos terceras partes de la población estadounidense hoy tiene sobrepeso-. Una vez más, muchos factores están detrás de esta situación, inclusive una dieta de alimentos fritos baratos y poco saludables, pero el tiempo sedentario que se pasa frente al televisor también es una influencia importante.

Al mismo tiempo, lo que sucede mentalmente es tan importante como lo que sucede físicamente. La televisión y los medios relacionados fueron los grandes proveedores y transmisores de la propaganda corporativa y política en la sociedad.

La televisión de Estados Unidos está casi en su totalidad en manos privadas, y los dueños generan un buen porcentaje de su dinero a través de una publicidad implacable.

Muchos neurocientíficos creen que los efectos que tiene mirar televisión en la salud mental podrían ser aún más profundos que una adicción, que el consumismo, que la pérdida de confianza social y que la propaganda política. Quizá la televisión esté volviendo a cablear los cerebros de los telespectadores asiduos y afectando sus capacidades cognitivas. La Academia de Pediatría de Estados Unidos  recientemente advirtió que es peligroso que los niños miren televisión porque puede dañar su desarrollo cerebral, e instó a los padres a mantener a los niños de menos de dos años lejos de la televisión y de medios similares.

Una encuesta reciente en Estados Unidos de la organización Common Sense Media revela una paradoja que, no obstante, resulta perfectamente entendible. Los niños en hogares estadounidenses pobres hoy no sólo miran más televisión que los niños de hogares adinerados, sino que también es más probable que tengan un televisor en su cuarto. Cuando el consumo de una mercancía cae conforme aumenta el ingreso, los economistas lo llaman un bien "inferior".

Sin duda, los medios masivos pueden ser útiles como proveedores de información, educación, entretenimiento y hasta conciencia política. Pero un exceso de ellos nos está enfrentando a peligros que es preciso evitar.

Por supuesto, la mejor defensa es el propio autocontrol. Todos podemos dejar la televisión apagada más horas por día y pasar ese tiempo leyendo, hablando con los demás y reconstruyendo la base de la salud personal y la confianza social.

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Actualmente llamamos gafe a aquella persona que trae mala suerte (tanto para sí misma como para los que le rodean), pero antiguamente se utilizaba el término “Gafo” para referirse a aquellos que padecían una enfermedad llamada “Gafedad”, un tipo de lepra por la que se encorvan fuertemente los dedos de la mano y a veces los de los pies.
La lepra estaba considerada como una enfermedad altamente contagiosa, por lo que no era nada aconsejable acercarse a un leproso o gafo para evitar así contagiarse. Con los años se ha descubierto que la lepra era una enfermedad infecciosa pero de nula transmisibilidad.
De ahí que con el pasar del tiempo la palabra pasase de gafo a gafe y se haya acabado utilizado este término para referirse a las personas que tienen y contagian la mala suerte.

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27 de los 44 presidentes han sido militares, lo que supone un 61%. Es decir, más de la mitad, con creces, de los presidentes de EEUU han sido militares, teniendo en cuenta que se trata de una democracia, me parece un dato sorprendente. Y la mayoría, con rangos importantes.

Otro detalle interesante es que entre 1961 y 1981 todos los presidentes habían pertenecido a la marina. Y si obviamos los ocho años de Clinton, este dominio de la marina se extiende hasta 2009, casi 40 años

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El médico de Barack Obama confirmó el mes pasado que el presidente estadounidense ya no fuma. A petición de su esposa, Michelle Obama, el presidente decidió dejar de fumar por primera vez en 2006 y ha usado la terapia de reemplazo de nicotina como apoyo. Si a Obama, un hombre con una voluntad lo suficientemente firme para buscar y conseguir la presidencia de los Estados Unidos, le llevó seis años dejar ese vicio, no es sorprendente que cientos de millones de fumadores no puedan hacerlo.

Si bien en los Estados Unidos la tasa de fumadores ha disminuido abruptamente, de aproximadamente el 40% de la población en 1970 a apenas el 20% actualmente, esa cifra dejó de decrecer aproximadamente en 2004. Todavía hay 46 millones de fumadores estadounidenses adultos y alrededor de 443,000 de ellos mueren cada año. A nivel mundial, el número de cigarros vendidos – seis billones al año, que son suficientes para cubrir la distancia de ida y vuelta al sol– ha llegado a un máximo histórico. Seis millones de personas mueren al año debido al cigarro – más que las muertes totales provocadas por el SIDA, la malaria y los accidentes de tránsito. De los 1,300 millones de chinos, más de uno de cada diez morirán debido al tabaco.

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Cheraw es una pequeña ciudad de algo más de 40.000 habitantes ubicada en plena zona algodonera de Carolina del Sur. Resulta que la ciudad tiene en sus calles un número anormal de árboles. En algunas calles antiguas incluso están puestos en varias filas delante de las casas de forma longitudinal de tantos que hay. La razón es algo realmente divertido. Todo viene de una ley del siglo XVIII. Los galeses, hartos de las broncas que se daban de forma constante, dictaminaron que el ciudadano que fuera atrapado borracho quedaba condenado a plantar un árbol. Con el paso del tiempo apenas cabían los árboles en la ciudad antigua que no tenía demasiadas calles…

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