Jorge
Alcalde:
Cuando uno mira al cielo, le asalta la impresión de que está asomándose a
un abismo… y siente vértigo. El cosmos es para nosotros el reino de lo lejano,
el espacio donde yace todo aquello que nunca podremos tocar. Lo que ocurre, sin
embargo, es todo lo contrario. Encaramarse a una noche estrellada sin luz
artificial, arropados por la bóveda de perlas que nos protege, es en realidad
mirarse a uno mismo; es adentrarse en el mejor conocimiento de lo que somos. No
hay nada más cercano que el cielo, nada más propio de nuestra condición que
dejarse asombrar por el brillo de un planeta. No hay nada más humano que el
choque de dos galaxias a millones de años luz de nosotros. Todo lo que nos ha
ocurrido como especie, todo lo que les ocurrió a las especies que nos
precedieron y habrá de ocurrirles a las que nos sigan está íntimamente unido al
devenir de los astros.
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Decía Lucio Anneo Séneca en sus Cuestiones naturales:
“Llegará una edad en la que una investigación diligente y prolongada
saque a la luz cosas que hoy están ocultas. Llegará una época en la que
nuestros descendientes se asombren de que ignoráramos cosas que para ellos son
tan claras”
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En la lista pinchar en el pintor que
se quiera o en el cuadro que guste o en el cuadro o pintor que salen en
pantalla http://www.mystudios.com/artgallery/
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Jorge
Alcalde:
Otras civilizaciones, miles de años más antiguas que la nuestra,
aprendieron a mirar al firmamento y a interpretar sus signos. Supieron
descubrir el tránsito aparente de las estrellas ante sus ojos quietos, la
anunciación de los cambios de estación, el milagro de los eclipses, la bella rareza de las conjunciones, el
reinado de las supernovas, el inquietante viaje de los cometas. A veces, a todo
ello le dieron forma de superchería: elaboraron explicaciones sobrenaturales
con las que a un tiempo saciaron su sed de conocimiento y sofocaron el miedo a
la pequeñez humana. Pero otras veces aquella paciente observación de la bóveda
celeste configuró un saber pre-científico susceptible de ser aplicado al curso
de los días. Conocer los entresijos de los solsticios, cuantificar la
influencia de la Luna en las mareas, calcular el paso del tiempo con exactitud,
orientarse en la inmensidad de un mar mirando a las estrellas… fueron saberes
comúnmente utilizados por agricultores, pescadores, marineros y artistas.
Hoy, el
ciudadano medio es apenas capaz de reconocer cómo estará la Luna mañana. Por
eso el cosmos nos parece tan injustamente lejano. Y por eso somos tantos los
que sentimos admiración por el puñado de hombres y mujeres sabios que todavía
hoy dedican su vida a interpretar sus signos. Han sustituido su mirada desnuda
por potentes telescopios (algunos de ellos navegan a bordo de naves espaciales)
que envían miríadas de información a ordenadores repartidos por todo el mundo.
Han trocado la superstición y el miedo por el parsimonioso avance del método
científico. Han cambiado los vestidos sacerdotales y el cetro de chamán por la
bata blanca y un vaso de plástico lleno de café recalentado. Pero se mantienen
insomnes esperando encontrar, en el mismo firmamento que horadó la mirada de
nuestros abuelos, un signo que albergue una respuesta.
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Visitando la catedral de Córdoba http://www.catedraldecordoba.es/visita/index.html