Según la escritora Kitty Burns Florey, el arte de escribir a mano va en descenso de una forma tan rápida que una escritura corrida y común podría convertirse en algo tan difícil de leer como un manuscrito medieval. “Cuando tus tataranietos encuentren una antigua carta en el ático de la casa tendrán que llevarla a un especialista, a un señor mayor en la biblioteca que tendrá que descifrar lo que está escrito”, comenta Florey, autora del libro “Caligrafía y garabatos: auge y caída de la escritura a mano”
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46 centímetros. Este número delimita la distancia íntima de la meramente personal, según dijo el antropólogo Edward T. Hall en la década de los sesenta. A tal efecto, Hall inventó el término proxémica referido al uso que el ser humano social hace del espacio existente entre dos o más personas. Según sus estudios, cualquier aproximación más allá de este espacio por individuos que no tienen una relación especialmente profunda con nosotros, provoca una desagradable sensación de invasión.
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El inglés, nacido en 1903 y fallecido en 1983, Willian McIlroy, sin tener ninguna enfermedad más que las normales y usando más de 20 nombres falsos consiguió que durante más de 100 hospitalizaciones en todo el país le intervinieran quirúrgicamente ¡más de 400 veces! Hasta que se “retiró” definitivamente, por supuesto, yendo a un asilo para que le cuidaran los médicos esta vez con razón. El máximo tiempo que estuvo sin sufrir una operación fue de 6 meses, es el ejemplo más claro de “enfermo imaginario” que se conoce.
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Un estudio realizado en Estados Unidos con 10.000 estudiantes durante un periodo de 35 años concluyó que los que ganaban más dinero de adultos eran aquellos que tenían más amigos en la escuela. Cada amigo extra en el colegio añadió un 2% a su sueldo.
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En plena prueba de Maratón de las Olimpiadas de San Luis en 1.904, en un muy caluroso día de agosto, el atleta Fred Lorz, más conocido con el mote de “El camionero”, sintió un tremendo dolor en una de sus piernas, el calambre le frenó en seco y lo dejó tirado en la cuneta de una polvorienta carretera local. Poco después acertó a pasar por allí un bonachón habitante del lugar en su vieja camioneta.
Tras contarle Lorz lo que le había pasado, le dijo al camionero si le podía llevar hasta la puerta del estadio para pasar a recoger sus cosas que había dejado allí. El camionero se apiadó del dolor que tenía en la pierna y le llevó.
Pero cuando faltaba una corta distancia para llegar al estadio, la vieja camioneta se estropeó. Como parecía que iba para rato, Fred Lorz decidió, ya que se encontraba bastante mejor del calambre, ir por su propio pie al estadio por lo que se despidió de su acompañante dándole las gracias.
El caso es que cuando habían pasado 3 horas y 13 minutos de la salida oficial de la prueba Fred entraba al estadio. Al hacerlo, claro, la gente no sabía lo que había pasado, ni entonces había jueces controlando como ahora, y pensaron que era el campeón. El estadio se puso en pie dando una ovación atronadora y Fred decidió que mejor no decía aún nada y así disfrutaría de ser héroe por un minuto, llegó a la meta y le dieron por campeón. La propia hija del presidente Roosevelt, Alice, bajó a fotografiarse con el héroe, abrumado por tanto agasajo, en ese momento, Fred decidió callarse y recoger sus laureles.
Pocos días después el camionero leyó en el periódico que le habían nombrado campeón y se personó ante las autoridades contándoles lo que había pasado, por lo que le quitaron el título a Fred y le suspendieron como atleta para toda la vida, aunque al cabo de un tiempo le perdonaron al ver que no había sido algo premeditado, sino que se dejó llevar en el último momento. Lo curioso es que en carreras posteriores se demostró que hubiera sido perfectamente capaz de haber ganado aquella maratón, pues su tiempo seguía siendo el mejor